El Cambio Climático es un tema transversal para la
vida, primero porque el modo en que el desarrollo se viene edificando en la
modernidad, supone una inevitable relación de causa y efecto. Es decir, la
forma de producción y/o extracción de diversos recursos, a nivel planetario, ha
generado impactos y externalidades negativas de modo transversal, y de modo
puntual, el comportamiento del clima a nivel global es uno de los grandes focos
de preocupación por los costes y perjuicios que parece irreversiblemente se irán
instalando en la agenda científica, política y de medios a nivel global.
El cambio
climático se ha tomado la agenda de los medios hace tiempo y con ello el
interés de las personas a nivel planetario crece día a día. Cada vez que
hablamos de cambio climático, estamos refiriéndonos a las externalidades
negativas que este proceso genera. Sólo como una referencia, según la OMS
(organización Mundial de la Salud) entre los años 2030 y 2050 habrá un aumento
de 250 mil muertes adicionales cada año. Los costes directos para la salud variarían
entre 2.000 y 4.000 millones de dólares de aquí al 2030.
Ha habido un
aumento en el nivel del mar el cual está en pleno desarrollo, ello debido
principalmente al derretimiento de los glaciares, los regímenes de lluvias
están cambiando, los fenómenos meteorológicos extremos son cada vez más intensos
y recurrentes. Hay un proceso deterioro y contaminación de suelos con destino agrícola, de
contaminación por residuos industriales, urbanos, sanitarios; de aumento de la
deforestación a nivel global, así como del deterioro de la capa de ozono, en definitiva
hay una pérdida de biodiversidad a nivel global.
En diciembre de 2013, se hizo público en Chile, el “Informe País: Estado del Medio Ambiente
Chile 2012”, en el que se evidencia la seriedad del deterioro del
patrimonio natural, y que lamentablemente se ha reducido en los últimos
10 años. Ahí se señala que: ”…Chile
está ahora más reducido y sus ecosistemas han perdido componentes y grados de
funcionamiento”. (5to Informe, del
Centro de Análisis de Políticas Públicas, del Instituto de Asuntos Públicos de
la Universidad de Chile)
El mundo, ha cambiado a través y a partir de la
acción humana; sin embargo, no nos estamos haciendo cargo de ese cambio
adecuadamente, y esa circunstancia explica la crisis ambiental, que está
determinada por el abrupto reconocimiento de los límites del planeta, que
aparentemente desconocíamos hasta hace algunos años, pero que hoy no podemos
ignorar.
En este
contexto el Foro sobre Cambio Climático de París realizado en 2015, como
convenio Marco de la ONU, fue un punto de inflexión sobre la a aceptación de la
degradación y los efectos que esta situación ha configurado a nivel sistémico
sobre el planeta.
El problema inicial
fue que dejó muchos vacíos, uno de ellos fue sugerido por Soledad Aguilar,
Directora del posgrado en Derecho y Economía de Cambio Climático de Flacso
Argentina, propuso: “….Al ser un acuerdo legalmente vinculante cabe la
posibilidad que grandes emisores (como los Estados Unidos) no lo ratifiquen
como sucedió con el Protocolo de Kyoto. Para entrar en vigor se requiere –
igual que en el caso del Protocolo de Kyoto – la ratificación de al menos 55
países que representen el 55% de las emisiones globales. Gran desafío para la
administración Obama, antes de finalizar su mandato… festín para Trump y los
republicanos si no lo logran….”
Finalmente,
Estados Unidos y China ratificaron su compromiso para el Acuerdo de París en
reducir las emisiones nacionales derivadas de uso de carbono un 80% para 2050,
medido contra niveles de 2005, considerando que ambos países son los más
contaminantes del mundo, ambos suman cerca del 38% de las emisiones globales.
El nuevo problema es que la administración Trump prometió retirarse del Acuerdo
de París, en una perspectiva en que el mundo se inclina por desarrollar y
promover economías ecológicas
Un
aspecto fundamental a esta grave situación inherente al mundo productivo, es integrar
una nueva cultura, la de producir
de modo sostenible. Por ello es razonable, preguntarse cómo deben asumir su
propio rol respecto de adoptar posiciones y políticas corporativas, en
particular cuando no logran resolver un problema fundamental, para fijar
incentivos en este cambio de funcionamiento.
Me refiero, a la incapacidad de medir, la rentabilidad de
invertir en políticas y prácticas operacionales que tiendan a fijar conductas
sostenibles en sus procesos. Sobre ello, Carlos Vergara, en el “Reto de la sostenibilidad en las
empresas” de Harvard Deusto Business Review, indicó que la disponibilidad corporativa, en estas materias
existen, pero se enfrentan a un problema: La falta de correlación entre la
sostenibilidad y el valor del negocio.
Por ello se ha puesto como una necesidad la importancia de
cuantificar el valor de las inversiones en esta materia, caso contrario,
indica, corren el riesgo de convertirse en un gasto operacional más y estos, en
esa condición, tienen el riesgo latente de ser eliminados en cualquier
momento.
Además hay que señalar dos tendencias que se contraponen. La
primera señala que algunos segmentos de consumidores, parecen preferir
productos y servicios que se elaboran bajo parámetros de sostenibilidad.
La segunda, adhiere a que no hay fidelidad de marca, sobre
muchos productos de consumo a nivel global y eso lleva a establecer tendencias
sobre las preferencias, y fundamentalmente sobre el valor final de productos,
de modo que si las empresas que los producen no son sostenibles, eso no les
hará cambiar de opinión sobre su forma final de consumo.
Hay muchas
industrias que no están ajenas a esta encrucijada, más allá de que está latente
una concurrencia ética, la que finalmente importa es que la definición
sustentable de muchas empresas, sea una definición que agregue valor y se pueda
rentabilizar, es decir, en esta correlación los consumidores deben jugar un rol
fundamental: la de preferir a los productos o servicios derivados de empresas
sustentables que puedan contar con la preferencia y demanda por sobre aquellas empresas que no son
sustentables.
El
desafío se ha planteado y el mérito de nuestras decisiones aportará como una
solución activa a un problema complejo y crucial, la de producir condiciones
para un futuro donde las empresas no sostenibles, no tengan incentivos para
seguir generando perjuicios sociales y medioambientales.